Estas son las malas noticias...
En un año, 80 kg de alquitrán de tabaco pasa a través de las vías respiratorias del fumador, parte de la cual se deposita en los pulmones. El alquitrán del tabaco es una sustancia viscosa y pegajosa que, al igual que el alquitrán, se deposita en los pulmones y obstruye las células, impidiendo que la mucosidad se renueve, se excrete y se limpie de forma natural.
Además, la combustión libera una peligrosa mezcla de unas 4.000 sustancias químicas: alquitrán, arsénico, benceno, polonio y más. No hacen más que agravar el proceso: al penetrar en los pulmones obstruidos por la mucosidad, se empiezan a comérselos por dentro.
La mucosidad no puede ser expulsada de los pulmones obstruidos por el alquitrán del tabaco. Con el tiempo, se acumula cada vez más... sus pulmones se cubren de una densa pared de mucosidad ya dañina, que literalmente inicia el proceso de destrucción de sus pulmones.
Al principio sientes que no puedes respirar completamente, empiezas a toser o sientes una ligera falta de aire. Con el tiempo, las vías respiratorias se obstruyen cada vez más y los virus y bacterias que se han introducido en ellas empiezan a multiplicarse. Al final, todo esto provoca bronquitis, neumonía, EPOC, asma, pérdida radical de oxígeno en la sangre y muerte casi completa del tejido pulmonar.
Por eso no basta con dejar de fumar o empezar a fumar menos. Y ni siquiera los aceites esenciales, las pastillas y la oxigenoterapia resolverán el problema: afectan a los efectos, no a la raíz del problema, y sólo aportan un alivio temporal.